jueves, 5 de febrero de 2015

En el metro

Una amiga mía suele decir que si la gente se hablara en el metro sería mucho más feliz. Hoy no sería fácil porque, además de los que van leyendo, la mayoría usan de interlocutor a su móvil aunque sea en modo "mudo". Esa es la razón de mi difícil primera experiencia, armado de mi pequeña libreta y mi boli, cuando esperaba oír muchas y variadas opiniones en el medio de transporte más usado en Madrid.

La falta de costumbre de usarlo a primera hora de la mañana me deparó la primera sorpresa. Decenas y decenas de personas llenando los andenes, entrando y saliendo de los vagones, subiendo y bajando escaleras mecánicas en un silencio absoluto, sin el más mínimo ruido salvo el de las máquinas. La impresión era que, de algún modo, estábamos ante la prolongación del sueño, que el movimiento era algo mecánico y automático fruto de la repetición diaria y que solo afectaba justo a eso, a la maquinaria cerebral que enviaba órdenes al apartado locomotor y nada más. Mientras cruzaba pasillos de una gran estación solo escuché a una mujer que, en voz muy baja, compraba un boleto por si la suerte le tocaba con su varita mágica. De pronto, a lo lejos, un músico arrancaba de su equipo el ritmo y la alegría contagiosa propia de una banda "dixie" mientras desgranaba las notas de la clásica "Blue moon". Se agradecía esa píldora para ir despertando con buen tono. A esa hora dentro del vagón, además de los que dormían plácidamente, ganaban los libros a los móviles. Mi vecina de asiento iba leyendo el último libro de Javier Marías "Así empieza lo malo". Hay que hacer maravillas para conseguir ver los títulos de los libros porque solo los cierran cuando van a salir. En este caso lo adiviné porque, mirando de reojo, reconocí los nombres de dos personajes de esa estupenda novela.

Una hora después, en mi vagón ya mandaban los móviles sobre los libros. La música subía el tono y la variedad tanto fuera, en los distintos transbordos, como dentro de los trenes. No conseguí anotar ninguna frase importante pero, a cambio, disfruté de un concierto variado y realmente satisfactorio. Vean el programa: Un violinista interpreta música clásica, creo reconocer que del barroco de Corelli o Vivaldi; otro más humilde, toca con una humilde flauta de madera la célebre canción de la película Titanic "My Heart Will Go On" buena consigna para los tiempos que corren: "mi corazón seguirá adelante". Un trío de acordeón, contrabajo y trompeta que hablan idioma de la Europa del Este, demuestran que se han adaptado al gusto latino y hacen mover los pies con "quizás, quizás, quizás". Otro trío latino de pura cepa con quena, charango y guitarra española proclaman "saber que se puede, querer que se pueda". ¿Serán de Podemos?. Y para cerrar, antes de que me baje en la estación de Serrano, un joven argentino entra en el vagón con su guitarra y saluda : " Ante todo no tienen que darme nada si no les va bien, solo les deseo que tengan un buen día y, sobre todo, QUE POR NADA DEL MUNDO PIERDAN LA  SONRISA". Se arranca con una canción de su paisano Andrés Calamaro. Flaca/ no me claves/ tus puñales/ por la espalda/ tan profundo/ no me duelen/ no me hacen mal/ lejos/ en el centro/ de la tierra/ las raíces/ del amor/ donde estaban/ quedarán.

No me quedan ya monedas para darle. Abandono el metro. He oido cosas. Me voy con una sonrisa

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