El pasado fin de semana, este blogero cruzó el Estrecho. Es cierto que
su trabajo de campo se lleva a cabo fundamentalmente en Madrid pero
parece oportuno aprovechar los viajes para contar lo visto y oído. El
lugar de destino era Tánger, la ciudad marroqui que más mira a España,
que más españoles recibe y donde más español se escucha. En el botel
Minzah, el mapa histórico colgado en la pared está firmado por el Estado
Mayor del Ejército Español. Desde la terraza de la habitación se ve
España. La primera cerveza se bebe en un hermoso patio andaluz aunque
rodeados de fotos de Churchill, Onassis, Rita Hayworth, F.F. Coppola,
etc. El primer paseo, doblando la esquina, nos lleva por una calle
claramente española por su arquitectura y porque se llamó "Cuesta de la
playa". A la derecha un antiguo colegio español. A la izquierda un
cartel de época, de latón, que dice: "Alimentación general. Servicio a
domicilio" y enseguida una escena habitual: un joven marroquí pregunta
de qué ciudad venimos y ante la respuesta, asegura que ha vivido en la
Puerta de Toledo. Es su manera de ofrecerse como guía pero fracasa ante
el hecho de que nosotros hemos vivido en este país y uno de nuestros
acompañantes todavía vive.
Tomamos una de las bocacalles que se llama Esperanza Orellana. Sevillana
a la que su marido regaló la joya que vamos a ver, el Gran Teatro
Cervantes, la única muestra del modernismo español de la ciudad, obra
del arquitecto Diego Jiménez, tangerino, hijo de españoles y responsable
de urbanizar la mayor parte del Boulevard Pasteur, la Gran Vía de
Tánger. El Teatro se inauguró en 1913, en 1929 pasa a ser del Estado
Español que en 1974 lo cede a la municipalidad de Tánger. Ha habido
intentos de salvarlo pero no han prosperado. Mientras hacemos fotos
parecen oirse las músicas, las conversaciones, los aplausos de los
bailes, fiestas, zarzuelas y espectáculos de sus años dorados: de Caruso
a María Guerrero, de Juanito Valderrama a la Niña de Antequera, de
Concha Piquer a Antonio Machín y de Antonio Molina a Pedro Terol o Ismael Merlo. A todos me parece oirlos porque, menos a
los dos primeros, al resto mi edad me permitió escucharlos en el Gran
Teatro de mi ciudad natal, éste ya desaparecido, derribado y sustituido
por un bloque de pisos.
Ah! también me pareció escuchar la risa nerviosa y la voz inconfundible de Juanita Narboni.
Continuará
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