miércoles, 28 de enero de 2015

Una tarde en la sanidad privada

Había ido a esa clínica varias veces por motivos familiares. Había estado en otros centros privados sin aglomeraciones incluso encontrándonos absolutamente solos en edificios inmensos que producían miedo. Es cierto que en esta consulta concreta la aglomeración era habitual pero esa tarde me pareció que todo ocurría porque yo acababa de inaugurar mi  blog y necesitaba que sucedieran  cosas excepcionales para poder contarlas aquí. Les aseguro que todo transcurrió como se lo cuento.

Esperábamos el ascensor una pareja de chicos jóvenes y yo. De momento me pareció que hablaban de patatas rellenas, lo que me desconcertó porque no suele ser un tema que se escuche en lugares como ese. Al subir se confirmó mi sospecha. Efectivamente el más bajito explicaba al más fornido y se ve que más veterano, que iba a preparar una patata rellena,  seguramente de guiso de costillas. El veterano estuvo de acuerdo y los dos afirmaron que eso lo hacía el jovencito "con la gorra". Por un momento pensé que serían los cocineros de la clínica pero cuando bajaron miré que planta era y lo comprendí. Era la de neonatologia y paritorios. Lógicamente era la planta para celebraciones y para hablar de cocina. Parecía una señal de que la tarde iba a ser distinta pero positivamente. Que error. Al entrar en el espacio de la consulta la sensación fue la del metro en hora punta. Más gente que nunca. La mayoría de pie en el pasillo dispuestas al sacrificio porque iban pasando las horas y el ambiente pasaba de la incredulidad al cabreo. ¿Es siempre así? preguntaban los novatos. ¡Qué sabe usted! contestó una veterana. Es que vienen tantos acompañantes que no hay sillas para todos. Con decirle que el otro día vino una mujer a operarse de cataratas y venían ocho personas con ella y no quiero contarle cuando viene el Jeque, entonces sí que.....(yo no me imaginaba a un jeque en aquel piso de pasillo estrecho y cuatro habitaciones de los años cincuenta). Pues dicen que es un doctor muy bueno, pero esto es vergonzoso, respondió la contertulia. Parecía que se estaba fraguando una rebelión entre gente de muy buena educación y de una clase social poco acostumbrada a esas expresiones. Llevábamos allí tres horas. Me levanté al pasillo y me coloqué frente a una puerta entreabierta de otra consulta sin clientes. De pronto oigo y veo como una mujer que parece o una médico o una enfermera de rango rompe con saña un objeto que no logro identificar mientras profiere en voz alta algunas palabras que no capto porque habla hacia la pared. A los pocos minutos llega un hombre que parece el doctor de esa consulta y al abrir la puerta, la mujer en el paroxismo de su ira le grita mirándome no sé si sospechando que puedo ser un espía: " p...m....de hospital". Me quedo helado sobre todo porque la clínica es de una orden religiosa.

Cuando estoy tomando aliento se escucha en todo el pasillo una música que me parece más increíble todavía. Es....¡La Internacional! No puede ser...Pues sí, es un teléfono móvil de un señor que acaba de entrar con una señora relativamente joven. Es verdad que por su vestimenta puede ser de Comisiones Obreras, pero..  ¿qué hace aquí si aquí  cobran por respirar y cada inyección ronda los mil euros y las aseguradoras ya no las cubren? Decididamente esta tarde es especial.

Cuando vamos a cumplir las cuatro horas y a punto de irnos, una joven, esta sí claramente alternativa viene a dejar a su padre y al ver el panorama y parece que  experimentada en este escenario le da dos palmadas en el hombro y dice en voz muy alta para que todos le oigan con toda la ironía de que es capaz: ¡Viva la sanidad privada!

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